Trance

 

Probablemente a todos nos ha pasado que nos  acordamos vagamente de algo que hicimos o dijimos. Algo parecido a la típica sensación de haber vivido antes el momento preciso en el que nos encontramos, pero sin estar del todo seguros: un déjà vu.

También hay veces que hacemos algo sin ser completamente nosotros mismos, como cuando le marcas por teléfono a la ex en una noche de peda, o te sientes Johnny Knoxville y te atreves a hacer cualquier cantidad de estupideces, porque pues YOLO (o Valar Morghulis, para los fans de Game of Thrones). O tal vez es al revés: tal vez siendo absolutamente nosotros mismos, es que somos capaces de hacer ese tipo de cosas. Tal vez sólo bajo los efectos del alcohol u otras sustancias es que nuestro subconsciente se decide a emerger de su aislamiento, y entonces hacemos lo impensable. O tal vez sólo necesitemos una pequeña ayuda, por medio de la sugestión controlada, léase: hipnosis.

En Trance, el último trabajo de Danny Boyle, el aclamado director nos conduce por un trepidante viaje al subconsciente. Concretamente, al de Simon (James McAvoy - X-Men: First Class, Wanted), un empleado de una casa de subastas, cuyo deber implica proteger contra un robo todos los valiosos artículos subastados, entre los cuales se encuentra una obra de arte: una pintura original de Goya, llamada “Witches in the Air” (“Vuelo de Brujas”, si queremos ponernos quisquillosos).

 

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[Nistátanchida… bueno sí, poquito.]

 

Como cabe esperar, un grupo de ladrones decide robar la pintura y logran burlar todos los elementos de seguridad del edificio para llevarse el botín. Simon hace caso omiso a lo que aprendió en su entrenamiento laboral e intenta hacerse el héroe, llevándose un superchingadazo que lo deja inconsciente por quién sabe cuánto tiempo.

 

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[Godínez 101: “No piece of art is worth a human life”, o lo que es casi lo mismo: Ningún trabajo vale una madriza.]

 

Los problemas empiezan cuando Franck (Vincent Cassel – Irréversible, Black Swan), el líder del grupo, descubre que…  no hay botín. Entonces todos se ponen locos contra Simon, quien para su mala suerte no tiene la más remota idea de qué hizo con la pintura, gracias al megamadrazo que le acomodó Franck. Nadie sabe qué hacer, hasta que como último recurso, acuden a Elizabeth (Rosario Dawson – Sin City, Death Proof), una terapista especializada en hipnosis. Y es ahí cuando se pone bueno.

 

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[O buena. Ya sé, mal chiste. Perdón, tenía que poner un pie de foto. Además, ni lo estás leyendo, no te hagas.]

 

Supuestamente, Elizabeth es la mismísima onda en el campo de la hipnosis. Puede hacer que una persona lo suficientemente influenciable –como Simon convenientemente aclara serlo- haga prácticamente cualquier cosa. Y es este hecho lo que el director toma como punto de partida para contar la historia. A través de flashbacks, de imágenes inducidas a través del sonido de su voz, Rosario lleva a Simon (y al espectador) hasta el límite, con tal de hacerlo recordar.

 

 

Danny Boyle utiliza con frecuencia la psicología del color, enfatizando diversas emociones de acuerdo a lo que desea que el espectador interprete. Desde el rojo representando la ira y el peligro de los infectados en 28 Days Later; el contraste de tonos fríos y cálidos del desierto durante el día y la noche, semejando los constantes cambios de ánimo de James Franco en 127 Hours; hasta el abundante colorido de la India, relacionando al mismo tiempo la alegría y la tragedia en la vida de Jamal, en Slumdog Millionaire.

En Trance emplea el mismo recurso, de forma a veces más obvia que en otras. Los planos amarillos y naranjas que nos mantienen bajo alerta, el azul de un llavero como un misterio por descubrir, el rojo dramático y definitivo de un auto, el color ligeramente tostado de la piel de una mujer desnuda transmitiendo tranquilidad y confianza. Elementos aparentemente muy sencillos cobran un especial protagonismo gracias al uso que se le da al color en la composición de cada toma.

 

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Siendo arquitecto, no puedo dejar de mencionar un elemento adicional. Para mí fue una muy grata sorpresa encontrarme con un viejo conocido. No sé si Le Corbusier alguna vez imaginó que una de sus obras más emblemáticas, la capilla de Notre Dame du Haut, en el pueblo francés de Ronchamp, sería utilizada como recurso cinematográfico tan brillantemente como lo hace Boyle. Y no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto la idea de un "santuario de recuerdos" pasó por la mente del reconocido arquitecto. El manejo del color en el interior de la capilla, así como la atmósfera de intimidad, son complementos perfectos para las intenciones de la trama.

 

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Otro elemento vital en las cintas del británico es, sin duda, la música. Hay grandes ejemplos, como el ya clásico final de Trainspotting, o el épico rampage del protagonista de 28 Days Later, o esa genial escena a bordo de un tren de Slumdog Millionaire. Un buen soundtrack se caracteriza por ayudar a construir y enriquecer los mundos que brotan de un guión. Trance no es la excepción. Con tonos en ocasiones optimistas y en otras frenéticos, pero por momentos oscuros y hasta deprimentes, la narrativa se va desarrollando gradualmente, escalando hasta llegar a un ansiado clímax, con un impacto que sólo se consigue cuando se ha logrado obtener la última pieza del intrincado rompecabezas mental.

La música (en su mayoría compuesta por Rick Smith, de Underworld) nos invita a la introspección con sonidos que en ocasiones rayan en lo onírico. Empezamos a preguntarnos hasta dónde es que nuestras acciones son producto de nuestra propia identidad, o simplemente somos consecuencia de nuestro entorno, que va a moldeando todas y cada una de nuestras decisiones, trazando experiencias y recuerdos, hasta completar esa pintura intrínsecamente única que es nuestra personalidad.

 

 

¿En qué momento nuestros actos definen el tipo de personas que somos, o aparentamos ser? ¿Cómo se dibuja esa línea tan borrosa que marca la diferencia entre bueno y malo? ¿Hasta qué punto pueden cuestionarse nuestras decisiones objetivamente? ¿Cuándo es que nuestras propias experiencias y emociones comienzan a intervenir y nublar nuestro juicio?

 

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"...Creo que este wey tiene una mancha de mostaza en su camisa".

 

Trance no es perfecta, pero está cerca de serlo. La manera como están ejecutadas las secuencias, con cada uno de los elementos en el lugar y tiempo indicados, nos ayuda a obviar cualquier detalle negativo por insignificante. Después de habernos introducido en la paranoia circunstancial del protagonista, Danny Boyle nos saca de ella súbitamente, cuando la revelación definitiva es puesta ante nuestros ojos; una vez que escuchamos esa combinación específica de palabras, que tiene como consecuencia una catarsis equiparable a la de aquél que se libera de una hipnosis.

Jue, 05/23/2013 - 20:13 -- Capitán Mantequilla